viernes, 27 de enero de 2012

El ágora matancera (25 de enero de 2012)

Otro día acontece en la plaza de San Justo. Con los ecos del helado de pescado retumbando todavía en la atmósfera, el puesto de Autores Matanceros sigue en pie gritando al mundo su existencia, ante miradas que van del asombro hasta la indiferencia de quienes hacen la interminable fila para sacar la tarjeta SUBE.
Detrás de la tabla que exhibe los libros de producción local, dos autores debaten intensamente, recordando a algún desprevenido transeúnte los combates dialécticos del antigua ágora griega.
Carlos Rigel expone su fe en la existencia de Dios, explica su teoría del alma, defenestra lo que llama “fe en la ciencia” que ha puesto el hombre.
Yo le rebato sus argumentos. Hago hincapié en la falta de evidencias concluyentes sobre las afirmaciones de Rigel, y asevero que sobre la ciencia no hay fe, sino conocimiento, teorías que se ajustan a los hechos empíricos.
Entonces Rigel arremete contra los métodos de la ciencia, evoca la duda de Descartes como un absurdo, pondera los valores inmateriales que el hombre tiene pero la ciencia no puede medir.
Pero hasta para eso tengo una refutación, refiero los avances de las ciencias biológicas, camino que lleva inexorablemente a discutir, y con mucha efervescencia, la teoría de la evolución de Darwin, y otra vez volvemos a Dios, al alma, y al punto de origen que disparó el debate:
¿Puede Skynet matar a John Connor?

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