viernes, 27 de enero de 2012

El ágora matancera (25 de enero de 2012)

Otro día acontece en la plaza de San Justo. Con los ecos del helado de pescado retumbando todavía en la atmósfera, el puesto de Autores Matanceros sigue en pie gritando al mundo su existencia, ante miradas que van del asombro hasta la indiferencia de quienes hacen la interminable fila para sacar la tarjeta SUBE.
Detrás de la tabla que exhibe los libros de producción local, dos autores debaten intensamente, recordando a algún desprevenido transeúnte los combates dialécticos del antigua ágora griega.
Carlos Rigel expone su fe en la existencia de Dios, explica su teoría del alma, defenestra lo que llama “fe en la ciencia” que ha puesto el hombre.
Yo le rebato sus argumentos. Hago hincapié en la falta de evidencias concluyentes sobre las afirmaciones de Rigel, y asevero que sobre la ciencia no hay fe, sino conocimiento, teorías que se ajustan a los hechos empíricos.
Entonces Rigel arremete contra los métodos de la ciencia, evoca la duda de Descartes como un absurdo, pondera los valores inmateriales que el hombre tiene pero la ciencia no puede medir.
Pero hasta para eso tengo una refutación, refiero los avances de las ciencias biológicas, camino que lleva inexorablemente a discutir, y con mucha efervescencia, la teoría de la evolución de Darwin, y otra vez volvemos a Dios, al alma, y al punto de origen que disparó el debate:
¿Puede Skynet matar a John Connor?

domingo, 22 de enero de 2012

Helado de pescado

Cuento de argumento compartido por Andrea Dagnillo, Gloria Deluca, Alberto Fontana y Victor Orellana

Bajo el abrasador calor de enero, desde la trinchera de la cultura, representada esta vez por un puesto en la feria de artesanos en la plaza de San Justo, un grupo de temerarios Autores Matanceros desafían al clima despiadado y a las palomas traicioneras que desde los árboles cercanos bombardean el toldo protector, todo en afán de promover las letras en un distrito tan extenso como populoso.
Comandando intrépidamente la partida se encuentra Andrea Dagnillo, quien trata de conectar el cargador de batería de su celular en la zapatilla que cuelga de la estructura metálica del puesto. Sin embargo, las patas de la ficha se niegan a penetrar los misterios del tomacorriente.
Victor Orellana intenta ayudarla. A pesar de ser el más joven del grupo, es un veterano de mil batallas, y en cada una ha dejado un fragmento de neurona ondeando al viento.
Viento como el que vuela los ralos cabellos de Alberto Fontana, jubilado de la mínima, que combate la obstinación de las ocasionales ráfagas aplicando gel a su pelo. Interrumpe su tarea para ayudar a Dagnillo con el cargador de batería, al cual envuelven con varias capas de cinta scotch.
Gloria Deluca, otra jubilada que levanta la bandera de las letras, sentada en suelo observa, y les cuenta de su mascota, un pececillo, el cual, al morir, recibió una congelada sepultura en el freezer de Deluca, donde todavía permanece.
Algo escéptica, Dagnillo juega con su nueva trenza color nieves del tiempo, adquirida en un puesto cercano de la feria. Orellana observa a Deluca sin decir nada, pero sus ojos hacen la pregunta: ¿parábola o hipérbole?
Entonces Deluca se explica. El pececillo tenía una mancha negra en la espalda, y ella quería consultar al veterinario al respecto. Por eso lo guardó en el freezer. Fontana avala esta acción, opinando que es importante, mediante autopsia del veterinario, determinar la causa de la muerte, si fue natural, suicidio o asesinato, dejando un hálito de sospecha sobre Deluca. Orellana ya no tiene dudas: es un polinomio sin solución.
Algunas nubes aparecen en el horizonte, presagiando futuros aguaceros. Dagnillo deja de jugar con la trenza y sigue insistiendo con el cargador de batería. Fontana retorna a su lucha contra el viento que arremolina sus cabellos. Orellana toma un cuaderno y comienza anotar los pormenores de la tarde, manifiesta que el helado final del pececillo es un buen argumento para un cuento. Deluca expresa su descontento, y pregunta por qué no escribe sobre los hábitos chamanicos de Fontana.
Pero esa, es otra historia…

viernes, 13 de enero de 2012

Bienvenidos al Tren (13 de enero de 2012)

Viernes 13. Fecha que evoca el terror. Y las mejores historias de terror, aquellas que transcendieron el tiempo, nacieron en la literatura. Pero la literatura es mucho más vasta que el terror, e involucra a muchos géneros, y a mucha gente que convierte en palabras sus pensamientos y sentimientos. Tanta gente, que hasta vecinos matanceros forman parte de esa cofradía universal de la letras.
El viernes 13 de enero, un grupo de escribientes matanceros visitamos el programa radial Bienvenidos al Tren, que conducen Omar Celiz y Tatiana Panaino, y va todos los viernes de 17 a 19 hs por AM 1250. Se trata de un programa con espacio para la música, la literatura y la información local.
Omar Celiz es poeta y tiene publicado dos tomos de poemas: “Historias de amor, sueños de poeta” y “El tiempo después”. Además, dirige la editorial Auenk. Los viernes, durante su programa, pasa música de todos los tiempos, con mucho espacio para la nostalgia, y lee al aire versos suyos o de escritores que lo han marcado con su poesía.
Cada tanto tiene invitados relacionados con la cultura, y este viernes en cuestión lo visitamos Carlos Boragno, Andrea Dagnillo, Marilaria Estevez, Victor Orellana, Paula Pimentel, y Carlos Rigel.
Durante casi una hora hablamos de nuestros orígenes y proyectos individuales, y también del movimiento que intentamos generar en La Matanza, a través de cafés literarios, presencia en ferias del libro, futuras antologías y todo lo que esté a nuestro alcance para la difusión y promoción de la letras matanceras.
En fin, como dice el tema de Sui Generis de la cortina del programa: “Los que estén en el camino, bienvenidos al tren”.

sábado, 7 de enero de 2012

Héroes anónimos (7 de enero de 2008)

José Luís Lazo Vidal falleció el 7 de enero de 2008. Fue durante treinta años esposo de mi madre. Aquel día, acompañado por su cuñada, iba en su camioneta a comprar pasajes para visitar su Uruguay natal.
Un infarto lo sorprendió en medio de una avenida de la Ciudad de Buenos Aires. Entre el calor infernal de enero y el tráfico de locos, los autos pasaban al lado de la camioneta, indiferentes a los gritos de mi tía pidiendo ayuda. Hasta que un taxista se detuvo, abrió la puerta de su vehículo, cargó a José Luís y lo llevó a un hospital.
José Luís llegó al hospital Ramos Mejía con paro cardiorrespiratorio. Los esfuerzos médicos por reanimarlo fueron inútiles. Una joven mujer embarazada que aquella mañana iba a hacerse un chequeo vio a mi tía, sola, desesperada por las noticias que le daban los médicos, y se quedó con ella, cuidándola hasta que otros familiares pudieron arribar al lugar.
Las tragedias no tienen lógica. Sólo suceden. Es la forma en que las enfrentamos lo que nos define. Probablemente nunca voy a saber quienes son ese taxista y esa mujer embarazada, gente anónima que, sin ninguna necesidad, dejó por un momento sus problemas cotidianos para ayudar a extraños en sus tragedias. Donde quieran que estén, gracias.