domingo, 22 de enero de 2012

Helado de pescado

Cuento de argumento compartido por Andrea Dagnillo, Gloria Deluca, Alberto Fontana y Victor Orellana

Bajo el abrasador calor de enero, desde la trinchera de la cultura, representada esta vez por un puesto en la feria de artesanos en la plaza de San Justo, un grupo de temerarios Autores Matanceros desafían al clima despiadado y a las palomas traicioneras que desde los árboles cercanos bombardean el toldo protector, todo en afán de promover las letras en un distrito tan extenso como populoso.
Comandando intrépidamente la partida se encuentra Andrea Dagnillo, quien trata de conectar el cargador de batería de su celular en la zapatilla que cuelga de la estructura metálica del puesto. Sin embargo, las patas de la ficha se niegan a penetrar los misterios del tomacorriente.
Victor Orellana intenta ayudarla. A pesar de ser el más joven del grupo, es un veterano de mil batallas, y en cada una ha dejado un fragmento de neurona ondeando al viento.
Viento como el que vuela los ralos cabellos de Alberto Fontana, jubilado de la mínima, que combate la obstinación de las ocasionales ráfagas aplicando gel a su pelo. Interrumpe su tarea para ayudar a Dagnillo con el cargador de batería, al cual envuelven con varias capas de cinta scotch.
Gloria Deluca, otra jubilada que levanta la bandera de las letras, sentada en suelo observa, y les cuenta de su mascota, un pececillo, el cual, al morir, recibió una congelada sepultura en el freezer de Deluca, donde todavía permanece.
Algo escéptica, Dagnillo juega con su nueva trenza color nieves del tiempo, adquirida en un puesto cercano de la feria. Orellana observa a Deluca sin decir nada, pero sus ojos hacen la pregunta: ¿parábola o hipérbole?
Entonces Deluca se explica. El pececillo tenía una mancha negra en la espalda, y ella quería consultar al veterinario al respecto. Por eso lo guardó en el freezer. Fontana avala esta acción, opinando que es importante, mediante autopsia del veterinario, determinar la causa de la muerte, si fue natural, suicidio o asesinato, dejando un hálito de sospecha sobre Deluca. Orellana ya no tiene dudas: es un polinomio sin solución.
Algunas nubes aparecen en el horizonte, presagiando futuros aguaceros. Dagnillo deja de jugar con la trenza y sigue insistiendo con el cargador de batería. Fontana retorna a su lucha contra el viento que arremolina sus cabellos. Orellana toma un cuaderno y comienza anotar los pormenores de la tarde, manifiesta que el helado final del pececillo es un buen argumento para un cuento. Deluca expresa su descontento, y pregunta por qué no escribe sobre los hábitos chamanicos de Fontana.
Pero esa, es otra historia…

1 comentario:

  1. jajajajaja mientras el helado pececillo no termine en el vermú, y pase a las manos de un eviscerador veterinario!

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