El domingo 22 de julio, por la mañana, salí de mi casa y encontré que unas de la cuneta de la vereda del frente, lateral a un terreno baldío, nuevamente estaba tapada de basura. Pero no de residuos casuales. Alguien se había tomado el trabajo de meter la basura en bolsas negras, acarrear los plásticos envoltorios y arrojarlos adentro de la cuneta.
¿Qué puedo decir de nuestras costumbres con la basura y los espacios públicos que no haya dicho antes? Cuando editaba una revista barrial redacté muchas páginas sobre el tema. Pólvora en chimangos; o en gallaretas, a decir de Roberto Payro. Así que en lugar de amontonar nuevas frases de elegía a los cucaracheros túmulos que decoran el paisaje barrial, trascribo una carta del Hombre Gato que recibimos en la revista. Ficción o realidad, la respuesta la tienen ustedes.
Estimado editor de la publicación Los Manzanares de la Flora, Barrio Residencial.
Usted me conoce, soy su vecino, el Hombre Gato. Hará cosa de un año y medio me acercaron esta revista dedicada al barrio Los Manzanares, donde hablaban de mí, de mis correrías de otras épocas, y de la mala publicidad que tuve, la nefasta leyenda negra que me regalaron las comadres de barrio, justamente a mí que nunca hice nada que justificara semejantes desplantes.
Quiero agradecerle por haberse acordado de mí en aquella oportunidad, y también por la entrevista que me hicieron en el geriátrico donde paso mis días. Su revista barrial es mucho más imparcial que todas las pavadas que publicaron en medios nacionales allá por los años ochenta. Y por eso me decidí a escribirles y sumar mi opinión a este espacio de comunicación que me rescata de la niebla del olvido.
Para empezar, quiero hacer algunas reflexiones sobre la basura, tema recurrente en la revista, a pesar de lo cual no veo reflejado mi punto de vista, y por estar persuadido de que muchos vecinos comparten mi visión del asunto.
Mucha gente se rasga las vestiduras y nos endilga una injustificada culpa, como si hubiéramos cometido un crimen, a quienes tiramos basura en las calles, en las veredas, en los baldíos. Nos hacen quedar como los malos de la película, cuando, la triste realidad, es que somos las auténticas víctimas. Somos víctimas de los impunes puritanos que juntan sus residuos, los ponen en una bolsita, y los dejan en el canasto para que se los lleve el camión de la basura, como si fuera una ceremonia religiosa que ha de ganarles el derecho a entrar al cielo.
Yo tiro la basura donde se me canta, ¿y qué? Si el barrio, el conurbano en sí mismo, es una pocilga inmunda, y los fanáticos adoradores de la palita y la bolsita se la agarran conmigo porque tiro la basura donde quiero. ¿Quién no tiró un paquete de cigarrillos vacío en la vereda? ¿O una botella de cerveza rota en la calle? ¿O un perro muerto en la cuneta? ¿O el contenido del pozo ciego en el desagüe fluvial?
¿Por qué tengo que soportar estos constantes ataques a mi libertad de expresión? ¿Es más importante la casa del vecino que se llena de agua cuando se tapan los desagües por acumulación de basura en los sumideros, muerta piedra sobre piedra, que los ideales con los que he vivido toda mi vida? Yo digo: ¡Qué se llene de agua podrida la casa del fanático de la palita y la bolsita, qué se pudran sus muebles, que sus hijos se enfermen de hepatitis, de dengue, de fiebre amarilla, a ver si el dios de la limpieza va a bajar del cielo para protegerlos!
Seamos realistas. Es mejor morir como cerdos sucios que prolongar nuestras expectativas y calidad de vida a costa de la libertad de tirar la basura donde se nos antoja. Sé que usted, vecino, está conmigo.
Cordiales saludos desde el geriátrico.
Marzo de 2008.
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